La mañana del 12 de diciembre fue especial. Nos levantamos con un gran gozo al saber que hoy, NUESTRA Madre, la “Virgencita” de Guadalupe, estaba de fiesta; hoy todos recordábamos que la Virgen se apareció a San Juan Diego hace poco menos de 500 años, y con aquella misma ilusión de San Juan Diego fuimos a visitarla apenas alborear.
Que alegría tenemos nosotros, sus hijos, al sabernos con tan grandiosa Madre; como no decirle sus glorias, como no cantarle sus canciones, como no llevarle flores… Y lo mejor que podríamos hacer es imitar sus virtudes, esto sí que le agrada, con esto sí que le demostramos nuestra devoción.
Así lo hicimos. No se dejaban de escuchar sus canciones, ni de ver a hermanos haciéndole fervorosas visitas y por supuesto el servicio de muchos preparando para que este día nos sintiéramos más cerca de nuestra madre.
Hoy es un día para volver los ojos a María, poner nuestras manos junto a las suyas y así recordar y volver a vivir todas las gracias que Ella nos ha dado, su presencia tan amorosa, cálida y cariñosa hecha presente de manera tangible en toda nuestra vida.
La Santa Misa fue un momento privilegiado para que junto con su Hijo pusiéramos todas nuestras vidas, consagradas, de nueva cuenta bajo su inmaculado manto.
El rosario, momento especial para ver a través de sus ojos la vida de su Hijo, fue conmovedor al poder decirle una y otra vez cuanto la amamos con esas palabras: “Dios te salve… e imaginándonos que nos sonríe, que nos mira y que nos tiende como a San Juan Diego una porción de hermosas rosas…